Cultura

El día que una madre enfrentó a Astiz en la calle: el legado de valentía que marcó a su hija para siempre

"El impacto de encarar a un represor: cómo un acto de valentía define la lucha por la memoria y la justicia en Argentina."

Una escena cotidiana en las calles de Mar del Plata se convirtió en un momento inolvidable para Alejandra Dei Castelli cuando apenas tenía seis años. Su madre, Liliana Andrés, detenida ilegalmente durante la dictadura en la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma), se cruzó con Alfredo Astiz, conocido como el “Ángel de la Muerte”. Sin dudarlo, lo señaló frente a su hija con una frase cargada de dolor y firmeza: “Mirá, hija, este es un asesino”.

Ese instante quedó grabado en la memoria de Alejandra, no solo por la crudeza del encuentro sino por la impunidad con la que Astiz siguió caminando. “Ahí creo que entendí que esto no era algo triste solamente, sino algo mucho más fuerte”, recordó años después. Para Liliana, enfrentar a Astiz significaba no dejar que el olvido sepultara las atrocidades cometidas durante la última dictadura militar argentina.


Crecer entre historias de lucha y resistencia

Alejandra nació en España mientras sus padres vivían en el exilio tras haber sobrevivido al terrorismo de Estado. Su madre, Liliana, había sido secuestrada junto a su primer marido, Daniel Antokoletz, quien desapareció bajo la dictadura. Aunque la familia logró salvarse gracias a la decisión de abandonar el país, las cicatrices emocionales y físicas nunca desaparecieron.

De regreso a Argentina, Alejandra creció rodeada de referentes históricos de derechos humanos. Compartió momentos con figuras como María Adela Gard de Antokoletz, fundadora de Madres de Plaza de Mayo, y desde pequeña aprendió que luchar por la memoria colectiva era parte integral de su vida. “Para mí fue siempre un motivo de orgullo que mis padres hayan estado del lado de la vida”, afirmó.

La educación en derechos humanos no solo giraba en torno a los horrores de la dictadura. También incluía marchas por causas actuales como la gratuidad de vacunas o la defensa de la diversidad. Este contexto moldeó la identidad de Alejandra, quien hoy enseña cerámica pero sigue siendo una activista comprometida.

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Un legado que resiste el tiempo

Hoy, con 41 años, Alejandra recuerda cómo visitar la ex Esma junto a su madre y hermana fue un momento clave para comprender el alcance del horror vivido. Al estar en ese sitio de memoria, pudo dimensionar lo que significó para su madre ser torturada y presenciar la desaparición de su compañero.

Liliana y Osvaldo, ahora jubilados, continúan participando en marchas y manteniéndose informados sobre las luchas actuales. Sin embargo, Alejandra ve con preocupación cómo la democracia parece tambalear ante la falta de conciencia colectiva. “Pensábamos que ‘Nunca Más’ ya estaba asegurado, pero hoy esa base no parece tan firme”, reflexionó.

Esta historia familiar es un recordatorio de que la memoria no es solo un acto individual, sino un deber colectivo que debe transmitirse de generación en generación para evitar que los errores del pasado se repitan.